Éste era el prólogo original para Ciudad de Hueso. Cassie quiso contar parte de la historia desde el punto de vista de Jace, pero una vez que siguió adelante con el libro se dio cuenta que sería mejor si lo mantenía desde la perspectiva de Clary. Eso lo hace más misterioso y un personaje misterioso es siempre mejor. No es nada que Cassie haya publicado nuevo, pero os lo traemos traducido a continuación:
PRÓLOGO ELIMINADO:
Las Marcas en su piel cuentan la historia de su vida. Jace Wayland ha estado siempre orgulloso de ellas. Algunos de los otros jóvenes de la Clave no les gustaban las desfigurantes letras negras, no les gustaba aguantar el dolor de la estela dónde esta cortaba la piel, no les gustaban las pesadillas que venían después de que runas demasiado poderosas hayan sido incrustadas en la carne de alguien no preparado. Jace no tiene simpatía para ellos. Es su propia falta que no sean lo suficientemente fuertes.
Él siempre ha sido fuerte. Ha tenido que serlo. La mayor parte de los chicos reciben sus primeras Marcas cuando tienen 15 años. Alec había tenido 13, y eso ya era muy joven. Jace había tenido 9. Su padre le había puesto las marcas en su piel con una estela hecha de marfil tallado. Las runas habían escrito su verdadero nombre, y otras cosas además. "Ahora eres un hombre," había dicho su padre. Esa noche Jace soñó con ciudades hechas de oro y sangre, de altas torres de hueso agudas como astillas. Tenía casi 10 años y nunca había visto una ciudad.
Ése invierno su padre lo llevó a Manhattan por primera vez. El pavimento duro era inmundo, los edificios creciendo demasiado juntos, pero las luces eran brillantes y bonitas. Y las calles estaban llenas de monstruos. Jace solo los había visto antes en los manuales de instrucción de su padre. Vampiros con sus galas, blancas caras muertas como el papel. Licántropos con sus demasiado afilados dientes y su olor a lobo. Brujos con sus ojos de gato y orejas puntiagudas, a veces una cola bifurcada que sobresale de sus elegantes abrigos de terciopelo.
"Monstruos," había dicho su padre, con disgusto. Su boca curvada en las esquinas. "Pero ellos sangran rojo como los hombres hacen cuando los matas."
"¿Qué hay sobre los demonios? ¿Sangran rojo?"
"Algunos lo hacen. Algunos sangran fino como veneno verde, y otros sangran plateado o negro. Tengo una marca aquí de un demonio que sangró ácido color zafiro."
Jace miró con asombro la marca de su padre. "¿Y has matado a muchos demonios?"
"Sí," dijo su padre. "Y algún día, tu también lo harás. Has nacido para matar demonios, Jace. Está en tus huesos."
Habían pasado años hasta que Jace vio un demonio por primera vez, y por entonces su padre ya hacía algunos años que había muerto. Puso a un lado su camiseta ahora y miró la marca dónde ése primer demonio le había clavado las garras. Cuatro mascas de garras paralelas que corren de su esternón a su hombro, dónde su madre le había puesto las runas que le harían rápido y fuerte, y le esconderían de los ojos de los mundanos. Rápido como el viento, fuerte como la tierra, silencioso como el bosque, invisible como el agua.
Jace pensó en la chica de su sueño, la que tenía el pelo escarlata trenzado. En el sueño, él no había sido invisible para ella. Le había mirado a él con más que conocimiento; había habido reconocimiento en sus ojos, como si él le fuera familiar a ella. ¿Pero cómo podía una chica humana ver a través de su glamour?
Se había levantado con escalofríos, frío como si su piel hubiera sido arrancada a trizas. Era aterrador sentirse tan vulnerable, más aterrador que cualquier demonio. Tendría que pedirle a Hodge sobre runas para protección contra pesadillas por la mañana. A lo mejor habría algo sobre eso en uno de sus libros.
Pero no había tiempo ahora. Ha habido informes de actividad oscura en un club en el centro, cuerpos humanos encontrados flácidos y drenados así como el sol salía. Jace se encogió de hombros en su chaqueta, revisó sus armas, marcó ligeramente con Marcas sobre la ropa y metal. Marcas que ningún ojo humano podría ver -- y estaba contento, pensando en la chica de su sueño, la manera en que le había mirado, como si él no fuera diferente a ella. Despojado de su magia, las marcas en su cuerpo no eran más que marcas, después de todo, de no más poder que las heridas en su muñeca y pecho, o la marca profunda justo encina de su corazón dónde el asesino de su padre le había apuñalado cuando tenía 10 años.
"¡Jace!"
El sonido de su nombre le sacó de su ensoñación. Le habían llamado desde el pasillo, Alec e Isabelle, impacientes, hambrientos de caza y muerte. Alejando los pensamientos de pesadillas de su mente, Jace se unió a ellos.
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